Los cruzados dominan los campos de batalla con su pura determinación. El apoyo de la Luz celestial y la santidad de su misión alimentan la cólera de los castigadores ataques de un cruzado.
Cuando los cruzados se preparan para el combate, su cólera hierve a fuego lento, aumentando sin prisa pero sin pausa. Cuando rebanan a sus enemigos, se desborda. Un cruzado repleto de cólera es sin duda un adversario temible: dotado de una piel de hierro, envuelto en llamas flageladoras, despedazando a sus contrincantes con radiantes rayos de luz y volviendo a la vida tras la derrota.
Los cruzados más hábiles encuentran otras formas de espolear su cólera más allá de despachar a los enemigos. Sus muchas habilidades les permiten recuperar recursos gastados mediante el bloqueo de ataques, al sufrir heridas graves o al ser rodeados por rugientes demonios.
Los cruzados son campeones indomables de la fe y la ley. Estas fortalezas vivientes usan corazas impenetrables y monumentales escudos para abrirse paso entre una multitud de enemigos, dejando a su paso un rastro humeante de cadáveres demoníacos.
Las batallas son implacables, pero los cruzados se lanzan a ellas sin dudarlo, sirviéndose de su magia sagrada y su fuerte armadura para conseguir la victoria. Un cruzado bien entrenado es experto en desviar totalmente los ataques, zafándose a menudo de golpes terribles que abatirían a un combatiente de menor aptitud. Si es necesario, pueden sacrificar velocidad y movilidad a cambio de pura fuerza bruta.
Sus mayales tritura-huesos y sus imponentes escudos son perfectos para el cuerpo a cuerpo, pero los cruzados no se limitan a extinguir el mal a corta distancia. Cuando uno de estos guerreros de inspiración divina se une a la batalla, un fuego abrasador y una luz cegadora lo siguen, golpeando a grupos enteros de enemigos que osan resistirse a su castigo.
Los líderes de la armoniosa religión de Zakarum lucharon tiempo atrás por aprisionar a Mefisto, Señor del Odio, bajo el templo de Travincal, e impedirle así para siempre que volviera a retorcer los corazones de la humanidad.
Fracasaron.
No era la primera vez que los Zakarum fallaban: 200 años antes, el clérigo Akkhan descubrió corrupción en el seno de su fe y envió a sus acólitos en una trascendental misión con el fin de purificarla. Los "cruzados" de Akkhan eran jóvenes reclutas, elegidos por su honor y bondad, entrenados en el manejo de armas y magia lacerante, aunque su cualidad más importante era su inquebrantable dedicación a su deber.
Actualmente, la misión de purificación de los cruzados se ha ampliado. Una mera "contención" brinda al mal muchas oportunidades de expandirse, por lo que hay cruzados errantes —a menudo parejas de maestro y aprendiz— que atacan de forma habitual a los demonios de Santuario. Algunos luchan por su sentido de la rectitud, otros con la esperanza de que sus victorias consigan algún día que los Zakarum corruptos vuelvan a ser puros. Cuando el maestro de un cruzado muere, su estudiante adopta sus armas y su identidad… y la cruzada continúa, incluso más allá de la muerte.
Blandir el peculiar escudo de un cruzado requiere un entrenamiento extraordinario, ya que no solo se usan como simple protección. Los cruzados cortan con sus escudos, lanzándolos como jabalinas o aporreando a sus oponentes hasta aturdirlos. A los cruzados también les enseñan a esgrimir cruentos maguales, pesos de acero con pinchos suspendidos de pesadas cadenas. Los cruzados veteranos aprenden a sujetar una gigantesca arma de dos manos con un puño enfundado en malla o a blandir una arma de una mano a una velocidad increíble.